Reímos pero nos estamos cag*ndo de miedo

Ruth Barrios Fuentes
2 min readApr 10, 2020

--

Ilustración: Julia Licea

Todos los días compartimos imágenes divertidas sobre la pandemia y el aislamiento. Hacemos guasa de Britney Spears perdiendo la cordura por el encierro o de Spiderman confundiendo los días de la semana porque ya todos parecen iguales.

La tragedia nos da risa, porque la vemos ajena y lejana. Vemos con gracia cómo las personas atraviesan por el tedio de ver a la ventana, anhelando la libertad.

Pero entre toda esa distracción hay algo que parece esconderse entre nuestras risas: el profundo miedo a morir.

En los últimos días, crecieron los contagios de gripe estacional. Enfermarse cualquier día, mes o año habría pasado inadvertido.

Pero tener síntomas en medio de una emergencia sanitaria mundial nos convierte en hipocondriacos. Pensamos que vamos a morir y que vamos a ver morir a los que amamos. Vivimos en esa estrecha frontera entre realidad y fatalismo.

Las bromas están permitidas, pero con límites. No nos reímos del verdadero dolor ni de la pérdida, sino de lo que superficialmente podemos controlar.

Nadie quiere saber nada de morir. Y es una paradoja, porque queremos vivir, pero apreciamos más la vida cuando cuelga de un hilo casi imperceptible.

Sí. Nos reímos de Britney Spears rapándose en el cuarto día de la cuarentena. Pero en estos días de reclusión todos nos hemos cuestionado sobre lo que viene. Nos saltan dudas sobre si bastará con permanecer en casa, si conservaremos nuestro empleo, cuándo volveremos a las calles, si transitaremos por el desconsuelo, si viviremos.

La vida se ha ido desmoronando frente a nuestras incrédulas miradas. Dudamos de lo que vemos. “¿Es verdad lo que nos está pasando?”.

Con el caos hemos perdido la rutina. El mundo, como lo conocíamos, empezó a perder sentido. Parece que la vida se detuvo.

Lo sabemos. Los seres humanos nos hemos acostumbrado a la repetición. Somos seres de certezas.

La pandemia nos quitó esas certezas. Ahora el futuro se asemeja a una enorme ola de la que no sabemos si saldremos vivos. Sinceramente, la incertidumbre nos viene mal.

Evadimos -como podemos- la realidad, lo que duele, lo que preocupa. Somos ciegos a nuestra propia vulnerabilidad. Nos aferramos al control. Repetimos en nuestra cabeza que estamos libres de la desgracia. Que si Dios ya puso el dedo a quienes atravesarán por ese tormentoso camino, no apareceremos en esa lista solo por ser nosotros.

La verdad es que reímos pero por dentro nos estamos cagando de miedo.

--

--